martes, 11 de enero de 2011

No hay mal que cien años dure


Martes 21 enero 2011

¿Cómo os lo diría?

¿Cómo podria explicaros, ni siquiera intentarlo, lo que sentí hoy al volver a verla tras tantos días?

El metro no es igual sin ella, ni el tren, ni los autobuses. Nada es igual. No es lo mismo un trasbordo buscando su mirada o su reflejo a no saber donde mirar ni tener una razón para seguir adelante.

Pero hoy todo eso cambió. Hoy volví a verla. Más de 20 días hacía que no la veía. Y aunque he intentado olvidarme de ella y apartarla de mis pensamientos, sólo espera que llegara este momento, el momento de volver a verla...

Y tras todos esos momentos preparándome, todas las razones y todos los argumentos se vienen abajo cuando ella entra en el tren.  Que guapa! Esos ojos, ese pelo, esa cintura … cuánto he echado de menos estos momentos, Sara … ¡cuánta falta me haces! 

Nada más tiene sentido.

Y ella sigue sin saber que yo estoy loco por ella. Y debo buscar el modo de hablarla, de contarle este sentimiento que me quema, de sacar todo lo que estoy deseando compartir con ella.

Pero no es fácil.

Hay tantas cosas que lo impiden.

Al menos, ella hoy no puede verme y yo me conformo con verla. Para mi, este es el mejor premio. Hoy me siento otro, con ganas de vivir y de cantar. Con ganas de decirle lo que siento. 

Bueno, quizás no tanto ...

Prefiero que no me vea otra vez tan pendiente de ella, tan cerca, tan atento, no quiero que se sienta agobiada desde el primer día. No quiero que piense
-          ¡Jope! ¡Otra vez el pesado este!

Así que me quedo mirándola, furtivamente, a escondidas, su precioso pelo, ese gesto que me turba. Hasta que la gente empieza a agolparse en el vagón y me impide seguir mirándola

Bien, tampoco podemos pedir más. Es el primer día que la veo este año y me ha parecido genial.

Pero tengo el presentimiento de que hoy también la veré por la tarde. Los martes son mi día de suerte. 

Pero ella no llega, y el tren está a punto de partir. Enfrente de mí se sienta una mujer joven, falda negra, medias negras, botas negras y ganas de jugar …yo ni caso, sigo mirando para atrás esperando verla aparecer en cualquier momento. El tren sale, yo suspiro y me resigno, mientras mi vecina sonríe …

Llegamos. El viaje se me ha hecho eterno sin ella. En una ocasión me pareció que Sara podía estar al principio del vagón, me incorporé y me cambié de sitio, pero no era ella. Debo estar viendo “visones”. La mujer se bajó a las primeras de cambio un poco molesta por mi falta de atención a sus bonitas piernas (imagino también que se bajó porque era su parada). Y yo me levanto para ponerme el abrigo y me parece … no no es Sara. Estoy verdaderamente obsesionado, ahora me ha parecido que aquella chica del fondo del vagón era ella. La habría visto entrar, porque he vigilando bastante … y sin embargo ...

¡Mierda! ¡Esta otra chica si que es ella! ¿pero cuándo ha entrado? ¿puede ser que ya estuviera dentro? 

Que faena, vaya lata, se me ha escapado un viaje precioso. Pero lo bueno es que ahora está ahí… preciosa, pero distinta. La miro, suspiro, se me escapa un “qué guapa!” que ni ella ni nadie puede oír. Ella se mira en el cristal de la ventana, ¿coqueta?. Se levanta, y sigue mirando a la ventana, ¿Qué miras afuera, si yo estoy aquí, dentro?

Y quizás os parezca una locura, pero me encantaría tener muchos días como este...

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